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ANGUSTIA
(Ensayo)

Desde que había comenzado aquel día, tuvo la sensación de que algo especial iría a
suceder. Si alguien le hubiera pedido que describiera en qué consistía su “sensación”, no
hubiese podido explicarlo.. era mas bien una especie de angustia, se diría que estaba
situada en la boca del estómago… algo debía venir a calmar esa intranquilidad..,
intranquilidad era la palabra...I

—¿Dónde te vas ? —Le preguntó ella, más dormida que despierta.
—¿Cómo dónde ? Ya son las seis y media, —Dijo sin poder ocultar cierta crítica al ver
que una vez más no se levantaba solícitamente a prepararle una taza de café, y envidia
al saber que ella podría quedarse una buena media hora más dentro de la cama... que
sabía caliente y mullida.

Mientras se dirigía al baño, volvió a pensar en que le gustaría que se levantase para
prepararle una taza de café caliente, como seguramente hacen otras mujeres a sus
esposos... Un poco más despierto ya, al mirarse en el espejo, pensó.

—Qué injustos podemos llegar a ser..... si de todas maneras ya no tendría tiempo de
tomar nada... A las siete en punto tenía que sacar el auto para bajar hasta el aeropuerto,
tenía justo el tiempo de medio afeitarse, lavarse y vestirse... además, las otras mujeres
seguramente tampoco se levantan... ¿y él... se levantaría?

—Hasta esta tarde —dijo lo más tiernamente que pudo. Ahora se alegraba internamente
de que pronto podría manejar a través de la neblina de la mañana, y que llegaría a
tiempo para ver tocar tierra al avión.

—Hasta esta tarde —Dijo ella sin abrir los ojos.
—Cuídate... y saludos a Alberto...

Tuvo la impresión de que después de esta última palabra ella ya estaba profundamente
dormida otra vez...

Se quedó un instante viéndola dormir y recordó esa frase que alguna vez escuchó:
“A los niños no hay que besarlos cuando estás despiertos, solamente se les besa cuando
duermen...” ¿y a las esposas? se preguntó... en fin, ahora definitivamente ya no tenía
más tiempo.

Fue hacia el garaje vio el auto en la penumbra, y sintió la agradable sensación de ver en
él a un amigo fiel, ahora dormido, tibiamente acogedor en su interior. Lo sintió fiel y
dispuesto siempre a acompañarlo a donde él quisiera ir.

Al arrancar el motor y mientras esperaba que calentase, tomó el volante en las manos,
miró distraídamente la pared interior del garaje, vio la máquina de cortar la hierba
apoyada a la pared y sintió nítidamente en las manos el olor a hierba recién cortada...
pensó, mañana es Domingo..... y sintió nuevamente esa angustia, esa fatiga en el
estómago, una especie de inseguridad, pensó en Alberto, en el avión.. ya no tenía más
tiempo. Tenía que irse. Volteó la cara, vio la puerta del garaje abierta y casi
mecánicamente comenzó a retroceder hacia la calle. Afuera ya era de mañana.

Definitivamente, pensó, el viajar solo en el auto tiene ciertas características que lo hacen
interesante para la reflexión. La mecanización de la que uno es capaz, por la costumbre,
deja en libertad una buena parte de nuestro cerebro, lo cual, sumado a una forzada
inactividad, presenta un terreno casi perfecto para pensar y entonces uno piensa.

Una vez más se produjo la encrucijada de siempre, des caminos. O se piensa en cosas
intrascendentes o por qué no tratar de pensar en algo que, por Dios, valga la pena...
Total, tenía por delante una hora hasta llegar al aeropuerto

—Veamos —se dijo— ¿Cómo se hace para pensar organizadamente? En primer lugar,
decía mamá, es necesario establecer un plan de pensamiento, todo en la vida debe estar
sujeto a un plan previo.

Mamá. No hace mucho y sin embargo son ya casi diez años. Podía verla claramente...

—Hasta el momento de morir puedes planificarlo, —ella decía— ya que Dios en su
infinita sabiduría, tendrá respeto por lo que tú conscientemente hayas planeado.

SÍ mamá, —se atrevió un día a comentar— y el destino, ¿No crees tu acaso en el
destino? Eso no es “planificable”, de hecho el planificarlo desvirtuaría su esencia... ya
no sería más “‘El Destino”, con toda la protección que su imposibilidad de ser modificado
nos aporta.

Y mamá lo miraba con unos ojos entre tiernos y tristes, como si dijesen -Ya entenderás
más tarde— y movía la cabeza, como negando, para comentar con su modo definitivo:

-El Destino, tu ya lo entenderás cuando seas viejo, no existe. Sólo existimos nosotros y
nosotros podemos dominar todo... hasta al destino, pero siempre y cuando hagamos un
plan previo... después el cumplirlo es muchísimo más fácil... me lo vas a decir a mi...! 

Murió efectivamente de acuerdo a su plan, exacta, cruelmente. Como si Dios se hubiera
compadecido de ella y de sus ideas y que por respeto a su integridad le hubiese
permitido morir tal y como lo había planeado.

Cuando después de llamar a todos a su lado estaba por irse, los miraba como con
orgullo, como orgullosa de estar muriendo ahí donde ella lo había dispuesto y en el
momento de haberlo dispuesto. El había visto morir otras personas, demasiadas y de
demasiado cerca. Todas tenían en los ojos un gemido de impotencia. Siempre clamando
en su mirada con un, no quiero, no quiero no quiero........ no quisiera tener que
someterme, quisiera luchar, quisiera luchar. Pero poco a poco sus ojos cambian .... miran
mucho mucho más lejos, se someten a algo confiadamente .. y se apagan para siempre.

-En fin, -se dijo— yo trataré de hacer un plan de pensamiento, total ya me quedan
escasamente 45 minutos de carretera.

Sobre qué quiero pensar. . . Quisiera pensar sobre mí no tanto de dónde vengo cuanto a
dónde voy ¿Obedece mi vida a un plan? ¿En qué etapa de este supuesto plan estoy
ahora? ¿Tengo un plan?

Quizá lo primero que él debía hacer era establecer un plan de vida, real, concreto, por
escrito. En él podría contemplar todas las alternativas, todas las posibilidades de cambio,
todas las variables previsibles, quizá lo podría programar en la computadora de la
oficina… claro, así lo tendría resuelto.

Ese el verdadero, el único uso verdaderamente interesante y útil para la computadora,
para la computación —El Lunes mismo lo haré, —pensó y también lo haré para Cecilia…
tendremos un plan de vida perfecto... exento de errores… por supuesto, ¿Por qué no lo
pensé antes?

En caso de duda, siempre preguntaremos a la computadora, ella nos dará la alternativa
óptima... Alberto se sorprenderá, después todos querrán usarlo, todos, y seremos todos
mejores……


Un camión enorme parado en la carretera lo hizo volver a la realidad, Se encontró
nuevamente en la carretera y por un instante no entendió cómo había llegado hasta ahí.
Ya estaba en el puente que se conoce como el de la midad del camino hacia el
aeropuerto... había conducido de una manera absolutamente mecánica.

—Así suceden los accidentes, —pensó—. ¿Cómo he llegado hasta acá? ¿No es eso
también lo que pasa en la vida? ¿Cómo he llegado hasta aquí, hasta hoy?
¿Mecánicamente? ¿Sin conciencia? ¿Puedo entonces ser responsable?

De pie, al borde de la carretera habla un hombre. Sin moverse. Con los ojos, con todo el
cuerpo le ordenó que debía parar y recogerlo. Él sabía de antemano que pararía y que lo
recogería. Casi hasta sabía lo que él podría decirle, y sabía que no tendría respuestas.

Paró y con un gesto mecánico se inclinó y le abrió la puerta a su lado.

Una ráfaga de aire frío entró y con él entró el hombre. Cerró sin ninguna vacilación la puerta a su
lado sin sacar la vista del frente. El ruido de la puerta al cerrarse sonó terminante, definitivo,
como marcando clarísimamente el punto final de algo, y que al mismo tiempo era el punto inicial
de otra cosa ineludible, desagradable, inevitable.

Hizo avanzar lentamente el auto. El camión que lo detuvo no estaba ahí. Pensó que
nunca estuvo. Se reincorporó a la carretera, ahora muchísimo más lentamente... sin
poder apartar de la mente el hecho de tener a su lado a este hombre, metido dentro de la
intimidad de su auto.

Quiso retroceder, parar, dejarlo, pedirle que se baje, empujarlo, botarlo. Luego quiso
bajarse, abandonar el auto, abandonar todo, correr, escapar... llorar.

—¿Cómo debe llamarse usted? —se encontró preguntándole— Sin mirarlo supo que
habla sonreído tolerante. No le contestó, simplemente volteó la cabeza hacia la ventanilla
de su lado y se quedó mirando afuera como esperando una segunda pregunta que sabía
seria trascendente.

Entendió que en efecto su nombre no tenía la menor importancia

—Me quedan apenas 20 minutos de viaje, —pensó— y en ese corto tiempo deberé
hacerle las preguntas perfectas, las verdaderas; con el fin de obtener las únicas
respuestas que existen, las únicas.

—Debo someterme, —pensó— y debo preguntar ahora. Dentro de un momento será
tarde, ya no será más posible. El ahora está acá, y yo estoy todavía acá.

--No puedo negar ante él, —reflexionaba— exactamente como no puedo negar ante mí
mismo, que no soy feliz, que nunca lo he sido verdaderamente, aunque más de una vez
haya tenido que hacerle creer a ella que lo era. Pero yo, y solamente yo, sé que eso
nunca fue cierto.

—No he podido nunca permitirme el ser feliz, .. nunca he querido permitírmelo. —pensó—
Un año supe cómo lograrlo y no quise hacerlo. Quise castigarme. ¿Fue así ?

Quiero que me diga cómo conocer la verdad. Quisiera creer que hay algo que es realmente
verdad, quiero entonces conocerlo. Una sola a cosa realmente verdadera sería
suficiente, sobre ella yo construiría un mundo completo, mi mundo. Quiero que él me diga
cómo distinguir, cómo expresar esto.

El tiempo seguía escapándosele por entre los dedos, no encontraba la manera de
preguntar. Sentía que si no hacía un esfuerzo sobrehumano, el tiempo pasaría y con él
su única oportunidad. Tengo que ordenar mis ideas, —se torturaba— tengo que saber
primero qué es lo que realmente quiero saber… el tiempo se me escapa, miro a mi
derecha, él está acá, ahí… ahora me mira,. directamente a los ojos.

Vio por primera vez sus ojos, eran tiernos y tristes también. Ya los había visto mucho
antes. Movió la cabeza como negando. —Siento que está triste por mí,—se dijo— triste
de saber que solamente haciéndole yo la pregunta correcta, podrá él darme la
respuesta... él conoce la pregunta y la respuesta también. Yo no se nada...

De pronto supo que había hecho mal. De pronto entendió que había invadido un terreno
que no le pertenecía, por el cual no sabía siquiera caminar, un terreno en el cual no veía
caminos. Se sintió sin embargo inevitablemente atraído.

A través de sus ojos lo veo ahora, la vista se me pierde, es un terreno amplísimo, no hay
nada delante de mí, ni siquiera veo al final un horizonte, no hay nada y sin embargo sé
que pronto deberé caminar por él. También sé que estoy solo.

Por un instante, un infinito instante, veo la baranda del puente y luego nada.

Siento que caigo, lentamente, el tiempo ya no existe, caigo sin término, caigo sin fin, en
un momento volteo a mi derecha, el asiento está vacío, no tengo temor alguno y
completamente solo, dejo de caer.

Adolfo Pardo

19 mayo 1985

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