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Mi automóvil tiene alma...
...y si no ¿Qué tiene?


Cuando lo compré, hace 14 años, fue mi primer auto. Mi padre nunca tuvo uno. Lo compré de
segunda o tercera mano. Estaba bien de todo, me dijo el vendedor. Nunca me había sentido
tan exitoso en mi vida. Yo tenía un auto propio.

Lo probé con el vendedor sentado a mi lado durante horas y kilómetros. No me fue fácil
decidirme. Volví tres días seguidos. Cada día le hice una nueva prueba. El vendedor, al tercer
día consecutivo, estaba a punto de insultarme. Creo que no lo hizo porque sabía que al final
lo compraría y no quería perderse al único interesado.

Nada más cerrar la venta y pagarlo, recibir la llave y sentarme para mi primer viaje solo,
cuando le sentí la primera falla. Por qué carajo no se le produjo antes, hubiese bastado 10
minutos antes, pero no, claro que no, él estaba esperando ser mío para desatarse.

En este momento quiero decir, con un poco de vergüenza, que ya el día anterior a comprarlo,
le había puesto un nombre. Decidí llamarlo “Bólido”. Y debo reconocer que el nombre lo elegí
pensando en que “a él”  le gustaría que lo llame así.

“A él”... digo bien. Yo creo que en ese momento ya le había yo reconocido un alma, una
personalidad, un espíritu, una inteligencia. Era para mí un ser vivo, volitivo, con deseos
propios... Increíble, pero lo sentía así. Recuerdo que al sentarme al volante en cada una de
las pruebas que le hice lo saludaba, en voz bajita es verdad, pero lo saludaba... y hasta le
daba unos golpecitos en el volante a manera de tímido apretón de manos.

Bueno, a lo que iba. En cuanto Bólido (así, con mayúscula) supo que era mío, decidió
desatarse. Se inició con un ruido bastante claro al hacer los cambios, una especie de
ronquido, clarísimo caray, no fallaba nunca. Cada vez que pasaba de primera a segunda... ya,
ahí estaba el ruido. Yo era inexperto y me limité a hablarle

–Mira, Bólido, qué tienes... qué te pasa. Por qué solamente entre primera y segunda y no
entre segunda y tercera. Bólido, Bólido. Te voy a tener que llevar a un mecánico, con lo que
deben costar. (En ese momento el precio era solamente una intuición) Bólido impertérrito,
producía su ronquidito, clarito, consistente, desesperante.

Lo llevé al taller que mi vecino me recomendó. Pedí al mecánico que se sentara a mi lado.
(No quise dejarlo conducir a él). Traté, estúpido de mí, de describir el ruido... es como un
ronquido entre primera y segunda, le dije. El torció la boca y aceptó de subirse con los
zapatos llenos de grasa puestos. No faltaba más.

En cuanto salimos, aceleré hasta 30 y pasé a segunda... suavecito, como nunca antes, por
supuesto sin el menor asomo de ruido, tercera... luego otra vez segunda. Paré y puse
primera, salimos, aceleré hasta 40 esta vez y cambié a segunda... el mecánico me miró y
abrió las manos levantando las cejas y torciendo la boca esta vez para el otro lado. Yo
mentalmente hablé con Bólido... pero él estaba totalmente distraído haciéndome quedar mal
con el mecánico recomendado.

Regresé al taller, me disculpé, dejé bajar al mecánico, miré la alfombrita con una manchota
negra y arranqué. Al pasar de primera a segunda produjo un precioso ronquido, como nunca
antes. Frené de golpe, quise regresar, pero me dio vergüenza. Me fui poco a poco dando
golpecitos en el volante y diciendo en voz alta... Bólido, coño, Bólido, por qué me hiciste eso.

Al día siguiente regresé. Ese mecánico no estaba. Pedí, casi rogué, a otro que se subiese a
mi lado para una vueltita a la manzana nada más, le prometí. (Había yo puesto un papel de
periódico en la alfombrita). Bueno; no quiero decirlo, no quiero reconocerlo, Bólido no
produjo ni el menor asomo de ruido hasta que el ayudante del mecánico se había bajado.

A los pocos días el radio dejó de sonar. El taller tenía un letrero: AutoRadio. Paré, esperé
hasta que me atendieron. El técnico se subió, prendió el radio y escuchamos juntos un vals
vienés. Lo apagó, lo prendió, lo apagó, lo prendió, lo apagó, lo prendió... como 20 veces.
Nunca falló. El técnico hasta llegó a decir:: –No suena mal el radiecito, para ser tan viejo. Me
disculpé y me fui. Una cuadra más allá prendí el radio... nunca más ha vuelto a funcionar. No
suena nada, lo juro.

A propósito, una vez invité a una secretaria de la oficina para llevarla a su casa, no hizo más
que subirse y me preguntó si podía poner un poco de música. Hice yo un gesto complaciente
con la mano y deferente con la cabeza. Ella lo prendió y nos fuimos oyendo musiquita hasta
llegar a su casa. Cuando nos volvimos a quedar solos, Bólido y yo, dejó de sonar. ¿Qué es
eso? ¿Alma con ingratitud o espìritu juguetón? Qué se yo.

A los tres meses decidí venderlo. Cada maldita vez que un comprador se subía en él. No
arrancaba, nada, ni siquiera hacía un ruidito alentador. Nada, nada, como si no tuviese
batería. Pero no era una cuestión de batería estoy seguro, porque el radio arrancaba a
funcionar perfectamente. De nada me sirvió nunca dar explicaciones y jurar por mis
antepasados que siempre arrancaba...

Una vez solos; una vez que el comprador se había ido sacudiendo la cabeza; una vez que
estaba lejos, fuera de mi alcance; entonces Bólido arrancaba a la primera y por supuesto
dejaba de sonar el radio.

Cuando lo limpio con un paño, ronronea. Cuando le pongo gasolina, eructa y se sacude.
Cuando yo canto manejando, a falta de radio, Bólido aúlla y chirria. Cuando llego a mi casa,
se apaga un segundo antes de que yo gire la llave del encendido. Siempre cierro las puertas
cuando lo guardo... y siempre la puerta del chofer está abierta cuando yo llego. El ronquido
entre primera y segunda me acompaña. Cada vez que llevo a alguien ... añoro el ronquidito,

Hace 14 años que lo tengo, perdón; que él me tiene a mí. De hecho no sé quien va a firmar
esto, si Bólido o yo...


Firmo yo: Adolfo Pardo   
06.08.2001

Si tú tienes un caso similar escríbeme o dile a tu auto que me escriba,
yo le haré llegar la carta a Bólido...


Adolfo Pardo

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