EL COLLAR DE PERLAS
Quisiera en estas próximas páginas contar una historia que sucedió entre 1954 y
1956. El lugar creo que carece de importancia para el desarrollo de la misma, por
lo tanto he decidido evitar mencionarlo a fin de ocultar totalmente la identidad de
la protagonista. De este modo cumplo con el ruego que ella me hizo al confiarme
su secreto.
I
Probablemente ya desde antes ella tenía la seguridad de que su vida
estaba marcada por una recurrente mediocridad. Sin embargo su padre
había logrado, puede ser que buscando romper un círculo vicioso que lo
había perseguido a él desde siempre, ponerla en un colegio particular
de renombre. Su idea quizá fue conseguir que ella se vinculase con el
otro tipo de gente, que sus horizontes y sus posibilidades se ampliasen y
que ella pudiese así tener entrada al mundo, que de otra manera le
estaba inevitablemente cerrado.
Cuando ella se hizo un poco mayor, cuando vio que no estaba siendo
invitada a las reuniones de ellos, cuando comenzó a notar que sus
zapatos y sus vestidos no eran iguales a los de ellos, cuando no pudo
participar en sus conversaciones por no saber cómo y cuando se rió de
algo por lo que no hubiese debido reírse, regresó sus ojos sobre ella
misma y se resignó a lo que no podía modificar... Conoció entonces al
que seria su único amigo y con quien poco después se casó.
Él era diferente y se le parecía más. Ella lo aceptó con un cómodo
desgano sintiéndose impotente de mover la enorme masa gris que la
oprimía en los hombros y en la nuca y que la obligaba, invitó sólo a tres
de sus compañeras del colegio, y solamente una de ellas asistió.
Siempre había pensado que una boda seria algo sublime, inolvidable y
brillantemente romántico. No fue así. Su madrina le regaló un juego de
platos para el diario, su papá le regaló un enorme colchón y le ofreció
los muebles de dormitorio para un poco después y su mamá le arregló
con sus propias manos su bien guardado vestido de novia, para hacerlo
un poquito más moderno. No fue la acostumbrada falta de dinero lo que
la abatió y que le impidió abandonarse a disfrutar de la comilona que le
organizaron y aceptar los modestos deseos de sus parientes, vecinos y
amigos.
Fueron las comparaciones que sin ser llamadas acudieron a su mente.
Fue la orquesta elegante y bulliciosa que ella no tuvo, fue el viaje de
luna de miel en barco que ella no tuvo, fue el vestido de novia de cola
brillante y larga que ella no tuvo y fue el novio más alto que ella, apuesto
y elegante, que tampoco tuvo.
Así se inició su verdadera vida. De antemano le pareció larga.
II
Esos primeros nueve meses pasaron a fuerza de días grises repetidos
uno después del otro. De vez en cuando un domingo de cine y una vez
un paseo a un laguito donde podían remar.
Hubo unas pocas palabras que se repitieron constantemente: Mamá,
espera, mareo, calcio, médico, sopita, antojo, mañana, enero, ayer,
barriguita, sueldo, José, Enrique, Maria, Cristina.
Luego vino el miedo, el apuro, el taxi, la demora, la clínica, la anestesia,
el olor, las voces, el dolor, la angustia, lo interminable, ser la primera
actriz, luego el llanto, unas lágrimas, felicitaciones, sueño, agotamiento,
paz.
Luego no hubo más partos, no hubo más hijos, la rutina se hizo perfecta,
las palabras se repitieron y los gestos y los pañales, y las pelotas de
goma y los trompos y las sogas de saltar y las preguntas, y los mocos y
las diarreas. El jardín de infancia, el uniforme, los libros, las tareas, los
castigos, el triciclo y la bicicleta y una y otra vez la rutina, sin variantes,
sin dolor, sin miedo, sin esperas, sin planes, con angustia y con frío.
III
Al comienzo del verano recibieron una invitación. La cena tendría lugar
en el Palace. Era importante para ellos, tendrían que ir. No era fácil. La
absoluta falta de costumbre les presentó problemas de todos los tipos.
Ropa para ella, ropa para él, habría que comprar zapatos para ella y una
nueva camisa para él, y el pelo y las uñas. Ya no se trataba realmente
de quedar bien, se trataba simplemente de no quedar mal, de pasar
desapercibido y sin embargo estar ahí.
Todo fue siendo poco a poco resuelto a medias. El vestido le quedaba
tristonamente bien, pero el cuello se veía vacío Si pudiese tener un
collar. Decidió pedírselo prestado a Cristina, la única amiga que vino a
su fiesta y que desde entonces no había vuelto a ver. Ella había sido
siempre tan elegante..
Fue muy difícil ir a visitarla y sin embargo valió la pena. El collar era fino.
Su color era perfecto y las perlas eran enormes, en la opinión de todos
era una joya de serena belleza. Todos los preparativos giraron en torno
al collar. Estuvo en su estuche hasta el último momento. El se lo puso al
cuello delante del espejo para ver el resultado.
Al hacerlo vivió por un momento la sensación de que era un regalo que
él estaba haciendo, y ella lo sintió así también y jugaron con la idea.
Luego se embarcaron en el auto recién lavado. El le abrió la puerta
como antes y la vio preciosa sentada con las manos juntas en la falda
sosteniendo una carterita brillante. Las perlas le daban un aspecto
sosegado y un poco ausente. Poco después, caminando de una manera
un tanto afectada en función del collar, hicieron nerviosamente su
entrada a la fiesta.
Hasta el momento mismo de llegar ambos pensaron que se sentirían
fuera de lugar. Sin embargo no fue así. En el momento de pasar la
puerta levantaron la vista para ver el colorido conjunto y vieron con
gratísimo gusto que se les acercaba abriendo los brazos, Maria Blanca,
la esposa del gerente del departamento en el que él trabajaba.
Era ella el centro de la -fiesta y sin embargo estaba vestida de manera
tan sencilla y agradable, ni siquiera tenía puesto un collar, los recibió
con especial aprecio y de una manera gentil pero decidida los guió a su
propia mesa.
Ahí estaban ya otras dos parejas. Sentarse y sentirse bien fue toda uno.
Charlaron, rieron, bebieron, luego comieron y hasta bailaron.
Sin embargo en ningún momento perdieran de vista el hecho de que ella
tenía un fino collar en el cuello. Casi todos sus movimientos fueron
pensando en el collar, disfrutaron viendo cómo se separaba un poquito
del cuello al momento de sentarse, cómo se bamboleaba discretamente
al bailar y cómo las otras tres damas gentilmente lo admiraban.
IV
Demasiado pronto la fiesta había terminado. Salieron y se encaminaron
al cercano estacionamiento. De improviso un automóvil negro apareció
por el frente y se detuvo chirriando al lado de ellos. Un hombre bajó y un
manotazo certero le arrancó el collar saltando al auto que ya partía.
Se quedaron inmóviles por apenas un segundo, luego trataron de correr
detrás del auto que irremediablemente se perdió girando en la primera
esquina. Ella se arrodilló en la vereda y rompió llorar. El se quedó de pie
impotente. El mundo se les vino encima.
V
Cristina no reclamó el collar durante toda la semana siguiente, así ellos
tuvieron tiempo para tomar la única solución que les pareció adecuada.
Compraron un collar en el mejor establecimiento que pudieron encontrar
y fue éste el que devolvieron en el estuche. Cristina no se dio cuenta del
cambio.
Comprarlo no fue fácil, su precio era enorme, estaba totalmente fuera de
sus posibilidades, sin embargo no tuvieron alternativa, gracias a una
gestión oportuna de la empresa para la que él trabajaba, consiguieron
que el mismo les fuese vendido a ser pagado en cuotas mensuales. Ella
se empleó de inmediato para hacer frente al compromiso de pago. Su
madre vendría a la casa a cuidar del niño.
Apenas al tercer mes empezaron los problemas para pagar las cuotas.
El dinero que él traía a la casa y el que ella se ganaba no era suficiente.
Decidió ella trabajar en las noches en la casa y hacer unas ventas de
puerta en puerta los sábados para redondearse un ingreso que les
permitiese pagar mensualmente.
El exceso de trabajo y la obligada reducción del presupuesto que los
obligó a comer mal y dormir peor, comenzó a hacer estragos en su
salud. Fueron días, semanas y meses difíciles para todos, se diría que
especialmente para ella que se tomó más en serio que nadie la
obligación de pagar las mensualidades comprometidas. La compra la
hicieron a ser pagada en un año y medio al cabo del cual el compromiso
había quedado saldado, sin embargo ella ya no era la misma, su salud
estaba deteriorada y su aspecto físico descuidado en extremo.
Sus compromisos sociales habían quedado reducidos a nada, sus
relaciones con la -familia de él y con la suya misma eran poco menos
que inexistentes. Al principio de ese año y medio fueron de tanto en
tanto invitados y visitados, pero poco a poco sus continuos rechazos y
su aparente frialdad los fueron alejando más y más de todos y de todo.
Descuidaron su ropa, el apartamento, el auto y por último descuidaron
también las relaciones entre ellos, comenzaron las recriminaciones de
uno al otro, repetidas criticas mutuas les fueron haciendo daño y su vida
de tres en un principio de tomó en una existencia de apenas uno, cada
uno se fue aislando y poco a poco aislando también al niño quien
comenzó a comportarse a la defensiva, encerrándose también él en su
pequeño mundo.
VI
Una tarde poco más o menos un año después, se dirigía ella a su
apartamento caminando mecánicamente con su ya acostumbrado paso
cansado
y sin mirar a los lados cuando se detuvo a su lado un automóvil. Ella se
sobrecogió un poco y mecánicamente se llevó la mano al cuello vacío
como protegiéndolo. La ventanilla eléctrica bajó lentamente y Cristina,
risueña apareció en el marco.
Ella arrugó un poco el ceño para ver mejor hasta que la reconoció.
Cristina con su mejor manera la invitó a subir. Ella entró después de
dudar y de alisarse un poco los cabellos. Ya dentro del autazo Cristina
directamente le preguntó por su vida y dejó entender que se extrañaba
de ver a su amiga en ese estado.
Ella dio entonces rienda suelta a esas emociones de tantos días y
meses. No pudo contener las lágrimas mientras se lanzaba en el relato
de su hasta entonces tan bien guardado secreto.
El cariño sincero de Cristina le abrió totalmente el pecho, contó todo, el
robo, las dudas iniciales, la decisión, la compra, las cuotas altísimas, las
enormes dificultades para hacerles frente, la separación de sus amigos y
familiares, pero también le contó que hacia ya poco menos de un año el
collar había sido por fin totalmente pagado. Ya no habrían más
reproches de nadie, ahora sólo quedaba la tristeza profunda y apenas
un hilo de deseo para reconstruir.
Cristina lloraba abiertamente cuando pronunció la frase que venía
guardando desde minutos antes, cuando la hizo subir al auto:
¿Qué hiciste de tu vida corazón mío?
El collar que te presté, era falso.
ADOLFO PARDO
Setiembre - Octubre 1989