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Caminando oí un piano…

Ayer, un poco por ejercicio y un poco por descansar, decidí salir a caminar fuera de
la casa. Me puse otros zapatos, los cómodos, y salí. Cerré la puerta detrás de mí,
me guardé la llave en el bolsillo y bajé los ocho escalones que me separan de la
calle.

Encendí el farolito de la entrada por si al regresar ya hubiese oscurecido y me
encaminé hacia arriba con las manos en los bolsillos y con pasos livianos mirando
satisfecho a un lado y al otro.

Al cabo de un rato saqué las manos y aceleré un poco el paso. Había un olorcito a
eucalipto que me entonó, caminé más rápido. Casi no había ruido a mi alrededor,
oía mis pasos y a cada paso un tintineo de las llaves en el bolsillo... muy a lo lejos
escuché música, era un piano.

Me fui poco a poco acercando a la casa de los Domínguez, de ahí salía la música.
Creo que Ernesto estaba tocando el piano. Qué agradable es oír música tocada,
digamos en vivo. Si fuese la televisión, un radio o hasta un tocadiscos, no sería tan
agradable.

Caminé despacito, tratando de que mis pasos no hiciesen ruido, apoyé mi mano
sobre el bolsillo para que las llaves no sonasen y me detuve frente a la casa. Me
senté en el piso, apoyé la espalda en el murito que tienen adelante y me abracé las
piernas con los brazos.

Estoy seguro de que Ernesto estaba solo, tocaba como para él, como si supiese
que nadie lo estaba oyendo, me di cuenta de que de una pieza iba saltando a otra,
de Yesterday a Memories, sin ningún orden, un par de veces no terminó una y ya
estaba cambiando a otra. Lo que Será Será.

Sentí como si se estuviese produciendo una especie de diálogo entre una pieza y la
otra, no chocaban, no se agredían, se acoplaban con cordialidad. De vez en
cuando había una falla y él repetía la frase y eso le daba sentido, humanizaba la
melodía y enriquecía el momento. Fascinación y Perfidia una casi sobre la otra… y
luego La canción del Molino Rojo…

Me sentí un poco intruso, él tocaba para él no para alguien, definitivamente no para
mí… y yo estaba ahí oyendo casi sus pensamientos. Pensé que esos minutos
serían colocados por mí en mi album de momentos felices. Yo los colecciono con
complacencia y de vez en cuando los rememoro….

Sonó el teléfono y él interrumpió suavemente Las Hojas Muertas para ir a contestar.
El momento había terminado. Yo me levanté apoyándome en una rodilla y volví a
ponerme a caminar. Al fondo dejé la conversación telefónica que se oía a lo lejos y
volví poco a poco a escuchar mis pasos y mis llaves. Me sentí tranquilo y como
reconciliado con todo. Di un saltito y me puse a trotar.


Adolfo Pardo
Los Anaucos 8 Agosto 2003


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