CUENTO DE NAVIDAD
Fue el Viernes 21 de diciembre. En la oficina, ese día, ya muy cerca
de la Navidad, prácticamente ya nadie trabajó. Nosotros hacíamos
labores de administración, eran otros los que fabricaban y otros los
que vendían, otros compraban y otros gerenciaban. Nosotros
solamente administrábamos... en realidad nuestro trabajo consistía
en procesar papeles:
El Departamento General de Ventas, a través de la señora Eduvigis
nos hacía llegar las Solicitudes de Oferta. Nosotros nos
ocupábamos de darles forma, copiábamos los precios de unas listas
que nos proporcionaba semanalmente el Departamento de Costos
Generales. La gente de Ventas quería que las ofertas saliesen
rápidamente para que llegasen a manos del cliente antes de que los
nuevos precios semanales entrasen en vigencia...
El Departamento General de Compras nos pasaba, todos los Jueves
en la tarde las requisiciones de materiales. Tenían que ser
procesadas de inmediato para que estuviesen en manos de nuestros
proveedores el Viernes, antes de que ellos a su vez hubiesen
incrementado sus precios.
El Departamento de Fabricación nos pasaba sus Relaciones de
Obra, para que nosotros diésemos un numero correlativo a cada una
de las piezas y una vez hecho esto, pasábamos las listas al
Departamento de Teneduría de Libros...
El Departamento de Teneduría de Libros nos entregaba todos los
Martes en la mañana......
..............
Ese Viernes 21 de Diciembre nuestro Departamento prácticamente
no trabajó. Todos los papeles que habían llegado estaban fuera y no
habían llegado nuevos. La fabricación estaba ahora detenida hasta
después de las festividades del nuevo año.
A las cinco de la tarde, una hora exacta antes de la hora oficial de
cierre, el jefe nos dio la autorización para abandonar la oficina.
Cerramos los cajones, cubrimos con sus fundas las máquinas,
ordenamos los catálogos en montoncitos encima de las mesas para
que se viese acomodado, pusimos todas las calculadoras en cero y
descolgamos el teléfono de la entrada para que no fuese a sonar
durante los días de cierre.
Todos nos pusimos nuestras bufandas alrededor del cuello y
encima, metódicamente, nuestros abrigos. Luego nos fuimos
despidiendo deseándonos Feliz Navidad mientras nos dábamos la
mano y nos palmeábamos el brazo unos a otros sin mucho
entusiasmo.
Antes de salir todos fuimos pasando al cubículo del jefe y le fuimos
deseando a él Feliz Navidad. El no se había puesto todavía el
abrigo, solamente la bufanda de elegantes cuadros verdes y rojos y
nos fue despidiendo uno a uno hasta el próximo año.
............
Afuera ya hacía frío y nos salía vapor triste por la boca al respirar
mientras caminábamos con las manos en los bolsillos y los hombros
levantados. Había que tener cuidado para no resbalarse. El aire esta
húmedo y las luces de la calle ya se habían encendido. Alrededor de
los faroles había como un halo blancuzco. A pesar de la hora, todo
estaba silencioso...
... en la casa todo estaba ya caliente. Mercedes había puesto la
estufa desde temprano ya que María Luisa y yo llegaríamos antes
de lo acostumbrado. El olor a madera quemada era acogedor. Arriba
de la chimenea había tres media rojas colgadas y en la mesita del
fondo ya estaba puesto el Nacimiento con las mismas figuritas de
todos los años. Al agacharme a mirarlo reconoció la figura de San
José con el brazo y el bastón partidos y vueltos cuidadosamente a
pegar por Mercedes unos días antes.
-Papá, ¿Qué me trajiste?
Bajé la vista. María Luisa me hablaba mientras tiraba de la pierna de
mi pantalón. La miré y sonriendo le limpié la mejilla. Creo que había
estado llorando un rato antes y se había secado la carita con su
mano sucia de niña..
-¿Qué me trajiste?
Volví a acariciarle la cabecita. La sentí tan indefensa. Hasta ese
momento yo no había hablado ni una palabra. La levanté en mis
brazos y la estreché contra mi pecho. Recordé la bufanda a cuadros
del jefe. Recordé que mi cajón había quedado cerrado y que
permanecería así hasta el dos de Enero.
Me senté en el butacón frente a la chimenea sin soltarla de mis
brazos, ella se rió cristalina y yo tuve ganas de llorar. Volví a
apretarla fuerte contra mí.
-¿Quieres una taza de chocolate caliente?
La voz de Mercedes me llegó desde la cocina contigua. Respiré
hasta el fondo. Que calientito estaba su cuerpecito.
-Sí, gracias. ¿Tú te tomas una taza conmigo?
-Mañana no tendrás que ir al negocio. Mañana podrás
acompañarnos al campo para recoger algunas ramitas de pino y ver
si encontramos nuevamente hongos.
Asentí sonriendo y terminé de limpiar la mejilla de María Luisa con la
punta del pañuelo que antes mojé un poco con su lengua. La
felicidad es tibia, pensé.
...............
Al día siguiente hubiese podido quedarme en cama por lo menos
hasta las nueve, pero mucho antes, a eso de las siete y media, sentí
a Mercedes salir en puntillas de pies de la habitación y entrar en la
cocina. Me entretuve oyendo cuidadosamente todos los suaves
ruidos que ella hacía al mover las cosas. La imaginé sacando la
cafetera, sentí como la fue llenando de agua y calculé que me
esperaba a tomar el café con ella...
Presentí que el agua hervía y luego el olor a café negro me llegó
nítidamente. Me levanté, me miré en el espejo del cuarto y sonreí
mientras pensaba que, ni ése, ni los próximos diez días, tendría que
ir a mover los papeles de la fábrica.
Ese 22 de Diciembre, y el 23 y el 24, los pasamos juntos los tres.
Juntos nos espinamos las manos al buscar las ramitas de pino
verde. Juntos nos empapamos los zapatos mientras buscábamos y
encontrábamos hongos. Juntos vimos dos ardillas trepando un
tronco y vimos como se detuvieron a mirarnos un par de
interminables segundos, para luego desaparecer detrás del árbol.
Juntos hicimos un muñeco de nieve frente a la casa. María Luisa
insistió en que se llamaba Pepino y así lo aceptamos todos. Juntos
hicimos el fuego y juntos cantamos.
Hubiésemos querido tener abuelos para visitarlos y para que nos
visitasen. También hubiésemos querido que María Luis tuviese tíos
y tías y primos y primas y madrina y padrino y que Mercedes tuviese
Comadre y que yo tuviese Compadre...
El 24 en la noche, nos cambiamos de ropa y nos reunimos en la sala
para rezar. María Luisa escuchó como yo leí el cuento de los
pastores y los magos, el cuento de Belén y de la estrella, del
pesebre, de la vaca y de la oveja, el cuento de Dios y de los
hombres. En la mesa comimos caliente y nos acordamos de todos y
nos dimos las manos. María Luisa hasta tomó un sorbito del vino
tibio y nosotros hasta arrullamos a su nueva muñeca...
............
Cuando amaneció el 25, el sol frío de las nueve me despertó. Sin
saber demasiado por qué, me vestí como en Noviembre, me puse la
bufanda al cuello y mi abrigo, metí las manos en los bolsillos y salí.
Mercedes y María Luisa aún dormían.
Me fui poco a poco acercando a la Fábrica. Algo me atraía a sus
muros grises. Mis pasos me fueron llevando mecánicamente por las
mismas callecitas de siempre, ahora vacías, hasta la esquina desde
donde ya es posible ver la puerta de la Fábrica.......... estaba abierta.
Me acerqué y como obedeciendo a un llamado, entré.
Adentro hacía frío. Ahí estaban todos. Don Pascual el portero,
Felipe el de los libros, el señor Fierro, el señor Boscano, Don
Juancho con su abrigo color café oscuro y su sombrero, Luis el
aprendiz, la señora Eduvigis con las mejillas rojas y cuarteadas por
el frío, Don Ernesto soplándose las manos, más por costumbre que
para calentarse y todos me estaban mirando mientras entraba.
Sonreí sin mucho entusiasmo y todos me sonrieron. ¡Feliz Navidad!
Me dijeron y todos querían abrazarme y entonces yo quise también
abrazar a todos.
-¿Quién falta? Pregunté, y ellos me fueron nombrando a los que
faltaban... seguramente vendrá la señora Galviña y Francisca la del
depósito y no faltará la Jimena ni Don Pancho.
-¿Por qué están todos acá? Pregunté.
-¿Por qué estás tú acá? Me contestaron riendo. Yo no supe nada y
reí también.
En ese momento entraba Doña Jimena y todos le dijimos Feliz
Navidad. Detrás de ella vimos que se acercaba Don Pancho... a las
diez ya estábamos todos. Nadie faltaba.
Pienso que fue un milagro. Me da un escalofrío cuando lo recuerdo.
Creo que hasta cantamos.
Durante todos esos años, no solamente habíamos movido los
papeles de la Fábrica. El jefe no tenía su bufanda a cuadros. La
tenía Don Pascual el portero. Adentro ya no hacía frío.
............
El dos de Enero empezamos todos el nuevo año.
La Fábrica abrió como de costumbre a las siete de la mañana. Ya a
las ocho estábamos recibiendo las primeras requisiciones del
Departamento General de Compras. Al final de la última página,
escrito a mano por el señor Boscano decía: Por anticipado, Gracias !
Don Pascual se apareció muy orondo con su bufanda y un paquete
para el señor Herrera, el jefe. Luego lo vi, silbando, ponerse a limpiar
la manija de bronce.
Doña Eduvigis vino personalmente a dejarme las primeras
Solicitudes de Oferta, la vi y descubrí que se había recogido el pelo,
estaba luciendo zarcillos nuevos, me sonrió, creo que por primera
vez.
A las seis de la tarde de ese día, nos pusimos nuestras bufandas y
nuestros abrigos y pasamos a la oficinita del señor Herrera, uno por
uno y nos fuimos despidiendo diciéndole Don Genaro y él nos fue
despidiendo a todos por nuestros nombres.
El aire afuera estaba límpido. Me apeteció hacer argollitas con el
vaho que salía con mi respiración. A las siete vendría a nuestra casa
Don Juancho con su abrigo café oscuro y su sombrero.
Canturreando y a paso vivo me fui alejando de la Fábrica. Mañana
sería un nuevo día... qué bien.
Lo olvidaba... a María Luisa le dijimos que esa noche cenaríamos
con “El Tío Juancho”.....
Adolfo Pardo