DESPERTAR
Adolfo Pardo
Caracas – Venezuela
1º Octubre de 1985
En este momento son las ocho y media de la mañana. Me desperté
hace más o menos una hora, abrí los ojos y me quedé mirando el
techo durante todo el tiempo que quise.
Desde que estoy acá, el despertar se me ha convertido en una
sensación totalmente distinta. Antes, generalmente, el despertar tenía
un significado casi negativo. Antes el comienzo de un día cualquiera
no era necesariamente bienvenido, más bien lo contrario.
Antes, para empezar, al abrir los ojos en la mañana, me provocaba
quedarme mirando el techo, pero solamente podía hacerlo por un rato
demasiado corto. Siempre me quedaba con ganas de haberlo hecho
más tiempo...
¿Qué significa para mí mirar el techo?... Lo voy a explicar:
El techo para mí tiene un valor muy especial, en primer lugar tiene la
enorme ventaja de estar siempre ahí. Cuando abro los ojos,
necesariamente los primeros instantes son para orientarme y
determinar con precisión en qué lugar estoy...
Luego levanto la vista, y me encuentro con el techo... protector,
cuidándome, abrigándome...
Siempre tiene un color uniforme y tranquilo, y con la habitación a
media luz, resulta ideal para posar los ojos en él, levantar los brazos,
poner las manos detrás de la cabeza, doblar ligeramente las rodillas y
pensar...
Antes, en la otra casa, el techo era blanco. Prácticamente encima
mismo de mi cabeza había una manchita de color marrón con una
forma un tanto especial. Generalmente se me antojaba verle forma de
mariposa, aunque a veces prefería verla como dos hojitas de otoño...
pero la cuestión es que mis ojos invariablemente iban hacia ella... era
tranquilizador de encontrarla ahí cada mañana y luego quedarme
contemplándola por unos momentos......
Pero ya demasiado pronto, tenía que retirar las cobijas, casi siempre
empujándolas hacia abajo con los talones, desperezarme
ruidosamente e incorporarme poniendo los dos pies al mismo tiempo
en el piso. Nunca he podido decidirme a poner uno u otro primero...
tienen que ser los dos exacta y precisamente al mismo tiempo. De ser
el izquierdo primero podía ser que me trajese mala suerte y de ser el
derecho primero podría el destino traerme buena suerte... y no, yo
siempre he preferido que las cosas dependan de mí y no yo depender
de ellas.
En fin, luego era un lento caminar hacia el balcón... Yo he desarrollado
un método para dar esos primeros pasos del día al mismo tiempo que
me estiro, literalmente de pies a cabeza, mientras produzco un ruido,
según Cecilia entre gemido y rugido...
Luego entraba en el baño y, antes que nada, me daba una miradita en
el espejo, volteaba la cara de un lado al otro mientras me tocaba la
barba crecida y, absolutamente cada vez, me alegraba al pensar que
realmente nadie nunca me miraba en este estado... ni siquiera Cecilia.
Pero poco después, progresivamente más y más apurado, me iba
arreglando para el día... escobillarse los dientes, afeitarse, respirar
hondo dos o tres veces y al mismo tiempo mirarse en el espejo
pensando que eso era un razonablemente buen reemplazo para los
ejercicios gimnásticos que supuestamente debería hacer cada
mañana...
Luego pantalón, camisa limpia y calcetines... siempre en ese orden
exacto... Una vez me puse primero la camisa y luego los calcetines y
me miré en el espejo... nunca más. Ahora me pongo primero el
pantalón, luego la camisa y después los calcetines... siempre al
hacerlo pienso en cómo lo harán los demás...
Luego elegir la corbata, hacer el nudo por lo menos tres veces hasta
que el tamaño de la corbata quede perfecto, ni más arriba ni más
abajo que la correa del pantalón... zapatos, mirada al espejo, mano al
bolsillo, sonrisa, fruncir el ceño, paltó, nueva sonrisa, frotarse las
manos y dar por fin la espalda al espejo...
Escaleras abajo entonando una cancioncita cualquiera y entrar en la
cocina. Cecilia ya está ahí, sentada en la mesa tomando su segunda
taza de café negro...
-¿Quieres una taza? ¿Tienes tiempo?
Mirada técnica al reloj, gesto de supuesto desagrado y respuesta,
invariablemente la misma: -No, hoy no tengo tiempo... seguramente
mañana... No, el Sábado, ¿ok?
Luego el maletín, las llaves, el auto, pensar en Lorenzo Parachoques y
en Heriberto y encaminarse a la oficina...
Cada día exactamente lo mismo, cada día haber tenido que
abandonar la manchita de color marrón del techo, postergando para
cuando tenga tiempo el dedicarse a pensar en su compañía... cada
día pensar que ojalá fuese el último...
Un día, hacen ya dos años, fue el último y me vine para acá. Por eso
esta mañana, decía en la página anterior, me quedé mirando el techo
hasta que quise... no fue demasiado, quizá sólo fueron unos diez
minutos, pero lo importante que me quedé mirando el techo hasta que
quise, ni un minuto más ni un menos.
Luego me volví a poner el pantalón de ayer sin calcetines ni zapatos,
me puse la camisa sin mangas que me gusta en la mañana, abrí la
puerta grande, me senté en esta mesa, saqué el papel y el lápiz y me
puse a escribir....... qué bien.
Cecilia ya está haciendo el café, huele delicioso, voy a tomar una, o
dos tazas... luego seguiré escribiendo.
Adolfo Pardo